lunes, 2 de marzo de 2009

Sobrecarga

Marzo se va hinchando desde temprano. Empiezan a cargarlo apenas termina el año, con la primera bengala y los últimos abrazos mojados de sidra o champagne. Ya en enero, marzo parece todavía un puerto lejano en el que se puede proyectar todo lo que no cabe, todas esas tareas que no es momento de emprender cuando la mitad de la gente se ha ido de vacaciones y todo queda en suspenso. Febrero, a punto de llegar a la curva, es una descarga constante, de la que marzo es nada más ni nada menos que una cuenta regresiva. Debe ser por eso que, cuando por fin empieza marzo, todos nos sentimos un poco pesados y lentos, y, por más que bostezamos y nos desperezamos para sacudirnos las últimas hilachas del verano, no podemos evitar esa sensación de torpeza, como si no hubiera espacio suficiente, o como si hubiéramos tropezado en el borde del muelle y estuviéramos cayendo muy despacio a este río tibio y amarronado que nos lleva, que inevitablemente nos dejará en abril sin que hayamos podido hacer ni la mitad de las cosas que debíamos.

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