La noticia rondaba por las mesas de los periodistas, se metía en sus cabezas, iniciaba movimientos en las lenguas y en los músculos de los antebrazos ya casi apoyados sobre el teclado. En la pantalla del televisor, las letras se movían nerviosas formando frases hipotéticas sobre fondos de distinto color según el canal, pero todas con el mismo tono de expectativa. Sería, habría trascendido, en minutos más, podría decirse. Todo en condicional, todo entre paréntesis. Había allí un hecho desconocido pero palpitado, probable pero no declarado, casi seguro, nada seguro aún. Mucha información en potencia pero ninguna que mostrar todavía. Los micrófonos se juntaban, se volvían a separar, se tensaban, bailaban, se agitaban, cambiaban de rumbo, temblaban. Algo estaba por producirse, algo estaba por saberse. Los adjetivos calificaban eso que hasta el momento no era nada, pero que todos esperaban. Todavía no ha trascendido, decían. Qué. Parece imponerse. En instantes. Tenemos todos los detalles. Enseguida. Les anticipamos. Les reiteramos. En minutos más. Vamos. Ya. Ahora.
De pronto alguien sugirió que podría ser un falso rumor, y todo cambió. La noticia se fue desinflando de a poco, los indicios perdieron fuerza, las fuentes se retrajeron, se desdijeron, se desmintieron. El rumor se aquietó, quedó en la nada. Los brazos se aflojaron, las lenguas se aquietaron. Los preparativos quedaron atrás, se volvieron inútiles. La ansiedad dejó paso a la frustración. Tanta energía puesta en juego, y al final, nada.
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