Mis nietos tienen una relación muy particular con el lenguaje.
Ramiro, de dos años, habla un dialecto africano que sólo los más allegados entendemos por completo. Cuando quiere dibujar, por ejemplo, dice ngá. La música para él es m’ca. Para compensar, las vocales que le sobraron las usa sueltas: si un perro lo cargosea demasiado, le dice aí, que no quiere decir quedate ahí sino salí.
Lucía, que lee y escribe aunque todavía no va a la escuela, tiene un nivel de habla con la que produce la falsa ilusión de que estamos hablando con una adulta. Y no es solamente por el vocabulario, no; lo de ella son conceptos, claridad. El otro día nos pedía que la interrumpiéramos como parte de un juego que había inventado, y lo dijo de esta forma: acá, ustedes se me atraviesan.
Yo los miro a los dos con mucho respeto. Por no decir veneración, que quedaría exagerado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario