Cuando, ya sea debido a procesos internos o acontecimientos graves del entorno, las glándulas del miedo se hipertrofian, segregan la sustancia que les da nombre sin poder detenerse nunca; y llega un momento en que el torrente general sufre un desequilibrio de todos sus componentes en desmedro de dicha sustancia. Si en ese momento hiciéramos un análisis de laboratorio, veríamos que esta sustancia, el miedo, sería la partícula que se encontrase en mayor cantidad, ocupando espacios que antes albergaban cuerpos líquidos, o a lo sumo viscosos.
Este fenómeno produce cambios físicos y químicos generales, haciendo que todos los elementos adquieran características parecidas a las del mencionado miedo en expansión. Paradojalmente, esa dilatación no licúa la materia de la que está hecha el miedo sino que, por el contrario, desencadena un proceso de calcificación en virtud del cual el miedo se vuelve cada vez más sólido, hasta alcanzar un estado de, diríamos, rigidez. Y ésta es la razón esencial por la que podríamos afirmar que, llegado a cierto extremo, el miedo paraliza.
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