Sabe que está ahí, tiene que estar. En alguna parte, en el núcleo más oscuro y encerrado de su mente, seguro que hay un gran pensamiento. Algo original, inteligente y revelador. Una de esas ideas que expresan el verdadero talento creador. Qué digo el talento: el genio. Un pensamiento que, si pudiera salir a la luz, dejaría a todos con la boca abierta. En parte, por la incapacidad de la mayoría para entenderlo; y en parte por la enormidad, por la grandiosidad de su contenido, por su belleza más allá de toda comprensión.
Pero sabe también que, rodeando ese extraordinario pensamiento, hay una sarta de estupideces y de lugares comunes que ha ido cultivando durante toda su vida, que, fuertemente entrelazados, se encargan de asfixiar e impedir cualquier desplazamiento de esa cosa extraordinaria que él, con toda seguridad —cada vez se le hace más evidente—, debe estar albergando, quién sabe desde cuándo, en ese recóndito escondrijo de su cabeza.
Todas estas certezas, en lugar de afligirlo, le dan más fuerzas. Nadie más que él sabe de la existencia de ese pensamiento maravilloso, que ni él mismo conoce y que, probablemente, no conocerá. Pero sabe que está ahí, y eso le basta. Y lejos de dejarse ganar por la inquietud, acepta la realidad de los hechos. Su genio creador permanece oculto y a salvo mientras él deja salir, uno tras otro, pensamientos gastados, chatos y opacos, al mismo tiempo que esboza la acostumbrada sonrisa de superioridad que lo ha hecho famoso.
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